Sandra Montes reflexiona…
Como la Pascua de Resurrección es mi época favorita del año, siempre la he celebrado en grande con mi hijo. Cuando Ellis estaba creciendo pasamos por momentos muy difíciles debido a que su padre y yo nos divorciamos cuando Ellis era muy chico. Recuerdo que me sentía muy culpable por ser madre soltera y por no hacer las cosas como una “buena madre” que veía en películas. Cuando miro hacia atrás pienso que hubieron muchas estaciones de la Cuaresma en nuestras vidas llenas de desierto, incertidumbre, y hasta oscuridad.
Ellis nació en la Iglesia Episcopal y nuestra tradición de fe latina está enraizada en la crianza Evangélica de mis padres. No crecí observando la Cuaresma como much@s de mis herman@s Episcopales o Católic@s Roman@s. Recuerdo que oía de vez en cuando que alguien dejaba de comer o hacer algo durante la Cuaresma y recuerdo que nos daban pescado cada viernes en la escuela pero no entendía lo que realmente significaba la Cuaresma.
A medida que crecía y aprendía más sobre mi fe y las tradiciones Episcopales empecé a renunciar a cosas como parte de mi disciplina Cuaresmal. Siempre bromeo que tenía una barra de chocolate cerca de mi boca abierta cada sábado de la Cuaresma esperando que el reloj marcara la medianoche para darle un gran mordisco alabando a Dios que los domingos no eran parte de la Cuaresma (algo que aprendí en un viaje en taxi con cinco obispos).
Entonces me di cuenta que a pesar de que era difícil renunciar a cosas como dulces o refrescos, tenía que haber algo más para que la Cuaresma fuera significativa. Empecé a añadir cosas a mi disciplina – leer más la Biblia, diaria meditación y escritura, cantos, y compartir mi fe con otr@s – especialmente con Ellis.
Siempre tuve la esperanza de que podía ser como mis padres que me enseñaron a amar a Jesús con su ejemplo y acciones en lugar de palabras o sermones. Ellis, mi mayor bendición, me ha enseñado lo que es vivir una vida en Cristo – en el Cristo resucitado – con su propia vida.
Todo lo que hacemos durante la Cuaresma – meditaciones, discusiones, comidas – nos lleva más allá de la cruz y a la tumba vacía (y a las cestas de Pascua anuales que hago para mi hijo, mi sobrino y sobrinas). Oro para que Ellis haya visto eso en mí. Oro para que Ellis pueda ver más allá de mis propias cruces que llevo abiertamente o en silencio y pueda ver la tumba vacía hacia la que camino.
Ellis Montes reflexiona…
Cuando era más joven, recuerdo que la Cuaresma era un tiempo para renunciar a algo por cuarenta días, Por lo general, tenía que ser algo que era difícil de renunciar, porque así tenía significado. Casi siempre renunciaba a los refrescos (que es algo que ahora fuera muy fácil de hacer), porque mi mamá renunciaba a los dulces casi todos lo años.
Esta práctica se desarrolló, sobre todo cuando estaba en la escuela secundaria, porque estaba tratando de ver cuáles hábitos hacían que la temporada “valiera la pena”. Renuncié la carne un año y recuerdo que fue todo un reto, no sólo para mí, pero también para mi mamá. Comenzamos a compartir nuestros ayunos cuaresmales, especialmente a medida que crecía. Recuerdo que no me gustaba la idea de renunciar los dulces cuando lo intenté por primera vez, pero por fin comencé a renunciar las mismas cosas que mi mamá y la carne fue una de ellas. Fue muy difícil, por supuesto, especialmente siendo latino, donde la carne es todo lo que hay. Un día, después de un largo día en la escuela y la iglesia, llegamos a casa y compramos comida rápida para cenar y tenía carne. Estaba preocupado, pero mi mamá me dijo que no me preocupara. De hecho, aprendí mucho sobre no preocuparme sobre el ayuno en un día en particular. A veces, me explicaba, si un día no cumplíamos con el ayuno era importante hacerlo el siguiente domingo, que eran los días libres. Y así seguíamos con nuestro ayuno.
A medida que fui creciendo, empecé a darme cuenta que la Cuaresma era mucho más que renunciar a algo. Mirando hacia atrás, siento que mi mamá trataba de participar más espiritualmente durante la Cuaresma cada año, comenzando a renunciar a algo hasta fomentar una vida más fuerte de oración. Hace unos años, mi abuelito, nuestro rector, comenzó una tradición de cuarenta horas de oración, desde el mardi gras (el martes antes del miércoles de ceniza) hasta la misa del miércoles de ceniza. Estaba confundido sobre cómo funcionaría porque la gente se inscribía para orar por una hora. ¡Una hora! No fue hasta que mi mamá me inscribió para orar una madrugada con algunos de los jóvenes adult@s que entendí cómo funcionaba. Oramos por algunas cosas que estaban escritas en un papel además de nuestras propias peticiones, por la hora entera. Este compromiso durante la Cuaresma fue algo que mi mamá me inculcó desde que era niño, y le agradezco a Dios por eso. Cada año encuentro la Cuaresma como una oportunidad para explorar nuevas facetas de oración, devoción, y por supuesto, ayuno. Sí, es un tiempo difícil, pero también es una experiencia agradable, donde abstenerme de comer durante 24 horas y orando durante tres horas seguidas me llamó mucho la atención, y publicar reflexiones cuaresmales diarias parece más un desafío que una tarea.
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